Con el agua al cuello y...
tirando a degüello

Las aguas siguen bajando turbias, pero ya no, gracias a Dios, por los barrancos y vaguadas de Valencia; ahora lo hacen, como casi siempre, por los vericuetos de la lucha política, en ese enredo al que nos tienen acostumbrados los padres de la patria.
No hay vergüenza en los atrincheramientos numantinos tras el sillón del poder, como no la hay entre los fustigadores impíos del caiga quien caiga, dando lugar a un torbellino en el que la señora justicia ve complicada su misión de restablecer el equilibro entre las gentes y las instituciones.
Las inundaciones producidas en Valencia en octubre del año pasado no fueron por desgracia las primeras de tales magnitudes que se dan, no ya en esa región, sino en toda España. El 11 de septiembre de 1891, el municipio toledano de Consuegra vio crecer el río que atraviesa su corazón, y que haciendo honor a su nombre amargó la existencia de esa pacífica población.
El rio Amarguillo se llevó la vida de 359 personas y, como en nuestros días, provocó también multitud de actos caritativos y multitud de diatribas políticas. Entre los primeros destacan las palabras escritas en los periódicos en apoyo de las víctimas así como algunas en desprecio de la naturaleza incontrolada y entre los segundos las repulsas por la desidia de los gobernantes.
La literatura se puso a las órdenes de la justicia y de la solidaridad. Y un caso especial de esto fueron las dos hojas que dedicó a aquel suceso la revista Blanco y Negro el día 4 de octubre de 1891.
No vamos a reproducir los textos que se incluyeron, unos en prosa, otros en verso, entre los cuales se encuentra una pequeña aportación de Juan Pérez Zúñiga, pero sí algunas de sus palabras que consideramos más significativas.
Dice A. Sánchez Pérez, periodista y escritor (Madrid, 1838- Madrid, 1912):
«Las viviendas podrán ser reedificadas, los perjuicios materiales subsanados o atenuados; pero ¿quién puede restituir a la vida a los seres queridos?»
Cuánta razón le asiste; pero no se queda ahí, y parece que estamos escuchando a alguien de nuestros días:
«…la catástrofe de Consuegra no puede ser, razonablemente, incluida entre aquellas que no prevé la ciencia del hombre: el tristísimo acontecimiento que deploramos hoy no es sino la reproducción del que nuestros padres lamentaron ayer y el anuncio del que nuestros hijos llorarán mañana.»
Insisto, son de tristísima actualidad estas palabras.
«A la iniciativa individual corresponde, en casos como este, consolar al triste, ayudar al menesteroso, disminuir en cuanto quepa los terribles efectos de la desgracia del presente; a la iniciativa del Estado toca precaver las desventuras del porvenir.»
El Estado esa máquina administrativa puesta al servicio de los ciudadanos, o del pueblo, o de la nación, como prefieran. Estado en el que se incluyen todas las administraciones debidamente jerarquizadas, municipio, región (hoy Comunidad Autónoma) y Gobierno central.
Y remacha Sánchez Pérez: «En los gobernados ninguna virtud debe sobreponerse a la caridad; los gobiernos, antes que caritativos, deben ser previsores.»
Eduardo Hano Bustillo y Lustonó, periodista, humorista y poeta (Madrid, 1836 – Madrid, 1908) pone el alma en su cuarteta asonantada titulada Al río, acusando de usurero al traidor río:
«No una estatua, que una estatua
se le dedica a cualquiera;
No una cruz, porque de cruces
También hay buena cosecha.
Para el modelo de alcaldes,
para el que todo lo arriesga,
Desde su hacienda a su vida,
y deja perder su hacienda
por acudir al peligro.
Que a sus hermanos aterra,
todo me parece poco;
Porque si de esa manera
Cumple con lo que se debe
Y con lo que representa,
Para otros en tales casos
Es el deber letra muerta.»